Un formateo literario

Iba a ser «solo» ampliar. Sí, creerlo, por una vez, creo que por primera vez en mi vida, un artículo se ha quedado corto. Escrito hace unos meses, antes del verano, el capítulo de Rigoberto Urán se quedó guardado en el archivo. 7.000 palabras pendientes de ampliación, pues lo mínimo debían ser 7.500.

Una semana dedicada a un poco más de investigación y documentación disfrutando a tope cuando una se encuentra ‘tesoritos’ en forma de fotos antiguas o textos con pistas de dónde tirar para buscar más información, historias y anécdotas. Podría pasarme toda la vida así, buscando y rebuscando. Pero todo tiene un límite y si no te lo pones tu misma nunca logras dar por finalizada ésta fase, sobre todo porque se convierte en una obsesión. Encontrar más, saber más, lograr dar con más y mejores y datos, apuntes únicos que nadie tenga, historias exclusivas que nunca hayan visto la luz.

Captura de pantalla 2013-12-06 a la(s) 14.23.14

Unos días después decidí que ya era suficiente con lo que tenía y que lo que tocaba era ponerse a ‘engordar’ el capítulo. Me puse a leer esas 7.000 palabras escritas y entregadas al editor el pasado mes de junio antes de partir hacia el Tour y lo que sucedió entonces os lo podéis imaginar. O al menos aquellos que mejor me conocen.

¿Pero qué mierda es esta? ¿Cómo he podido escribir yo esto y, peor, tener la poca vergüenza de mandarlo y estar dispuesta a publicarlo?

Aquel era un texto frío, banal y sin sentimientos. Nada propio de mi y nada merecedor de estar presente en un libro. En mi primer libro. Podía hacerlo mejor. Mucho mejor.

Así que sin decir nada me dediqué un día entero a pensar. Nada más que eso. Darle vueltas a la cabeza, leer y escuchar. A Juan Luis Guerra y a Mana, el ritmo latino y sus ‘dejes’. Buceé buscando el significado de ciertas expresiones con las que me topé, muy colombianas y me las guardé.

Este texto tenía que tener color. Éste capítulo obligaba a una a exprimir el lenguaje latino al máximo posible y darle un tono diferente, que se acercara lo máximo posible a su protagonista. A su forma de hablar.

Así que me dispuse a rehacerlo AL COMPLETO. Alguna que otra frase se ha podido rescatar pero el resto se ha ido a la basura. Terminado y recién entregado -el momento favorito del proceso creativo, ¿recordáis? =) -, el texto se ha quedado en 7.977 palabras. ¡Ahhh! más de lo normal. Sí, esto indica a las claras que vuelvo a ser yo la que escribe, la de los sentimientos a flor de piel y la pasión.

Quién lo sabe, lo cierto es que el sabor que ha dejado ha sido de satisfacción propia y convicción de que era lo que quería hacer. De haber plasmado las ideas como era mi deseo y de haber puesto el punto final sabiendo que todo esta hecho a mi gusto. Aunque me invade también un cierto miedo. ¿Y si unos días antes de enviar a imprenta el libro al completo vuelvo a leerlo y me quedo con los ojos en blanco igual que hace unas semanas y preguntándome cómo he sido capaz de escribir tan mal?

Os confieso que algún que otro capítulo que tengo ya escrito no lo quiero abrir por ese mismo miedo. Y eso que pronto tendremos que desempolvarlo, pues a ése que me hace temblar hay que meterle las tijeras y pegarle un recorte más grande que los del gobierno español en sanidad y educación.

Lo comprobaré llegado el momento. Por ahora lo que toca es resetear. Borrar de mi mente tanto los miedos como todo en lo que he trabajado hasta ahora y comenzar de nuevo con un nuevo capítulo. Un nuevo personaje. Un formateo literario en toda regla.

 

 Y para eso, Enya siempre ayuda

 

Un poco de Dido

Hay días que sientes que nada te para. Y que todo el mundo se para. Que solo existes tú, la música que te inspira, el ordenador, los apuntes que te sirven de guía y sobre todo, las teclas. Ah ,qué sonido tan fantástico ese, cuando las ideas van mucho más rápido de lo que puedes teclear y la melodía son los golpes que tus dedos dan a la endiablada máquina que te engulle y te lleva a un mundo paralelo dando forma y color a todo lo que quieres escribir. Te sientes tan poderosa que nada te puede frenar. Y todo lo demás queda en segundo plano. Amigos, planes, cenas, deporte…

Y hay otros días que nada, podrías darte con un mazo en la cabeza y ni aún así logras arrancar. Ni un par de capítulos de Sexo en Nueva York para evadirte mientras desayunas. Ni unas oreo bañadas en chocolate negro que tanto te gustan, ni hablar con las amigas para despejar la mente. Te distraes con una mosca y peor, tú misma buscas esas moscas para distraerte (entiéndase mosca por las páginas donde se venden zapatos Manolo Blahnik).

Pero como todo en la vida, será cuestión de cabezonería, de perseverancia. De volverlo a intentar. Veamos si con la ayuda de Dido lo logro.